Carlos Pizarro. A 19 años de su muerte.



Hace mas de 20 años en la historia de nuestro país existió un hombre, un ser que un día se identifico con un sueño, con una ilusión, con una manera de actuar, de hablar, de proceder; un proceder marcado por el amor, porque el amor se demuestra actuando, un luchar cuyo único objetivo era la creación de una patria justa, la implantación de un socialismo autóctono que no estuviera dirigido por los intereses de ninguna élite particular.

Pero sus sueños, como los de todos los que pretendemos un futuro diferente, estuvieron amenazados por la codicia, por la trampa, por la mentira, por el silencio y la injusticia. Sus ideales fueron traicionados, sus ojos cegados, sus palabras veladas y el corazón de todos sus seguidores lacerado… pero no sus pensamientos, estos siguen vivos hasta que la palabra “viva” corresponda al triunfo de nuestras ilusiones, hasta que la victoria sea nuestra porque como decía Carlos: “Toca seguir sembrando vientos y conduciendo tempestades. (…) Corresponde seguir con las manos firmes y la mirada alerta para evitar que el esfuerzo de una vida se vea comprometido”-

Hoy sus palabras son las nuestras y así estarán mientras nuestros corazones sigan llenos de sueños, de ilusiones que compartimos con los hombres que un día lucharon, mientras nuestras bocas se llenen de arengas, de compromisos y de vivas, mientras la patria y la historia de quien se fue hace 19 años siga impune, al igual que la nuestra, mientras las manos asesinas de sueños sigan dirigiendo el rumbo de nuestro país y sus culpas no sean solventadas.

“Ofrecemos una cosa linda y sencilla: que la vida no sea asesinada en primavera”
Carlos Pizarro Leongomez, asesinado por el Estado el 26 de abril de 1990.

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Resistir es Existir.

El M-19 en tres actos: Memorias de la guerra contra el olvido.



17 de enero de 1974: La espiral de la historia tomaría nuevos rumbos, justo cuando parecía estar quieta, como congelada en su propio tiempo, perdida en las sombras del autoritarismo, la pobreza, el olvido y el robo de la voluntad a un pueblo, que un abril, 4 años atrás, cifró sus esperanzas en un General. Y sin embargo un puñado de jóvenes, hombres y mujeres habitantes de Macondo, decidieron que ya no mas, que había que hacer algo, pero algo de verdad, que ya bastaba de circos electorales, de robos de elecciones, de teorizaciones en el papel, y divagaciones sobre la ruptura chino-soviética, que había que pensar en Colombia, en su historia, en sus luchas, en su gente y en sus propios caminos, pero sobre todo había que hacer en grande, transformar, revolucionar. Entonces ese puñado de jóvenes, hombres y mujeres habitantes de Macondo montaron una guerrilla urbana y recuperaron para la historia y su pueblo la espada del Libertador.

9 de abril de 1978: El fuego del Bogotazo parecía extinguirse en la niebla del olvido cuando el M-19, con fuego como arma y memoria irrumpe en la Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán, para acusar a la oligarquía liberal-conservadora del asesinato del caudillo y responsabilizar directamente a las familias Ospina, Santos, Gomez, Lleras, López y Turbay del magnicidio. Mientras unos llenaban de pintas el lugar, otros vociferaban vivas a Gaitán dejando ofrendas florales en el sitio donde fue enterrado, para recordarle al país que hacía 30 años se gestaba una revolución, la primera en América Latina, una revolución nuestra, autóctona, y quien pudiera negarlo, socialista, en cabeza del negro Gaitán y su pueblo.

1 de enero de 1979: Lo imposible es posible. Mientras el mundo celebraba la llegada del año nuevo, guerrilleros como topos penetraron mediante un túnel el complejo militar más importante de las fuerzas militares, el Cantón Norte, para sustraer sin un solo disparo 5000 armas de la institución castrense. La pinta escrita en las paredes del Cantón como testigo sarcástico de la acción fue el grito de victoria del Chapulín Colorado: “No contaban con nuestra astucia”. Muchas de estas armas fueron entregadas solidariamente a la avanzada final de la Revolución Sandinista en Nicaragua, otras llegaron a apoyar la conformación de núcleos rurales del M; la mayor parte fueron recuperadas por el Ejercito en una cruzada de tortura y terror que no solo afectó y envolvió al M-19, sino a los demás grupos guerrilleros y a todos los movimientos sociales. Una de las armas sustraídas por el M fue el fusil del cura guerrillero Camilo Torres Restrepo.

Son muchas las fechas, muchas las acciones. Este es apenas el inicio del Movimiento 19 de Abril en tres breves actos, que dejaron una huella indeleble en la historia de Colombia, como creación del fuego posible que altera inexorablemente la espiral de la historia, para develar las fuerzas escondidas en los pueblos que luchan por su liberación. Tres breves actos de la guerra por la memoria, puesta en marcha por Jaime Báteman Cayón, comandante general del M-19, quien como un Chamán juntó la espada de Bolívar, con el fuego de Gaitán y el fusil de Camilo, en una pócima mágica, en un gran sancocho nacional y rebelde, que alimentó y sigue alimentando la esperanza de los desposeídos de Colombia desde hace 35 años, y que colmó de pesadillas los plácidos sueños de la oligarquía genocida que aún hoy mal-gobierna el país.


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Resistir es Existir

Gaitán: La revolución inconclusa.



Hace 61 años se gestaba una revolución, la primera en América Latina, una revolución nuestra, autóctona, y quien pudiera negarlo, socialista. Pero la oligarquía criolla, la liberal-conservadora, la de los Santos, los Lleras, los Gomez, etc, la misma que maneja hoy el país, derrotada por Gaitán y su pueblo decide asesinarlo, creyendo así asesinar la rebeldía de un pueblo insurrecto. Y han pasado 61 años y la revolución fue ahogada en sangre, más no la rebeldía de un pueblo que hace 61 años sigue luchando. Y con Gaitán hoy decimos: “Yo confió en la multitud. Hoy, mañana y pasado, esa multitud que sufre el suplicio, que lo sufre en silencio, sabrá desperezarse y para ese día !oh bellacos!, será el crujir de dientes”.

A continuación el poeta nadaista Gonzalo Arango nos habla sobre Gaitán.

Gaitán

9 de Abril: la misteriosa madeja del destino. La muerte de este hombre altera mi vida. Cuando lo mataron, yo ni siquiera había nacido a una conciencia de ser. Era el fruto bastardo de unas bodas entre la ignorancia y una ideología fetichista fundada sobre el mito y la mala fe, que lo único que tenían de bueno era la inocencia en que se inspiraban.

Yo contaba entonces 16 años y tanto el pensamiento como la vida me eran frutos prohibidos. Lo poco que sabía entonces se me había enseñado partiendo de una moral basada en el terror al infierno. Quizá Gaitán había sido arrojado del altar de mi familia como un camarada del demonio, pues sólo hasta ese viernes de 1948 oí por primera vez mencionar su nombre: Habían asesinado a un caudillo en Bogotá. ¡Se llamaba Jorge Eliécer Gaitán! Y la radio empezó a tronar los ecos fatídicos de una revolución tardía y frustrada cuyos himnos eran de muerte.

La belleza de la revolución se revolcaba en el lodo de la demencia y el crimen: el aborto era bautizado por el diablo. Esa tarde, la Revolución se resbaló y cayó en el infierno de la violencia. Después supe porqué. Aquella tarde no lo comprendí. Mi padre nos encerró en un cuarto oscuro y nos rezó como siempre que había tormenta: “Aplaca Señor Tu Ira, Tu Justicia y Tu Rigor...”. Y también: “Señor Dios de los Ejércitos, llenos están los Cielos y la Tierra de la Majestad de Vuestra Gloria...”. Para mí esas oraciones eran el fin del mundo, el diluvio y la guerra. Yo rezaba y lloraba de espanto al mismo tiempo.

Cuando después me gaitanicé, o sea me hice revolucionario y ya no rezaba de miedo a los relámpagos ni al granizo, comprendí que el drama de aquel viernes de dolores no era sólo el de un líder sacrificado, sino el drama de millones de hombres, el drama de todo el continente suramericano.

Porque Gaitán tenía la talla de un héroe y de un profeta. En ese espíritu ardía la llama mística del hombre predestinado a la liberación de un pueblo: el hombre que era reclamado desde el fondo del dolor y la desesperación popular. Pues él era un Poeta del Poder. Nunca antes hubo otro más grande en las repúblicas americanas como no fuera aquel que las fundó con su soplo de libertad, del que heredó el fuego sagrado.

El lo habría cambiado todo en Colombia con su hermosa Revolución, pues tenía la visión y el sentido heroico del Poder. Yo sé que los poetas no se entregan sino a la verdad que encarnan, a la verdad de amor a sus ideas. Y mueren por ellas si tienen que morir. Por eso precisamente son poetas. Porque la verdad es su fin, y su gloria. En esto Gaitán se diferencia de todos los políticos colombianos. Estos toman la política como un fin. Lo que para Gaitán era sólo un medio para realizar los grandes ideales de su pueblo: su glorioso Destino.

Lo que teníamos que esperar de él era su gran fe en el destino de Colombia a través de su Revolución política, que al mismo tiempo era una revolución moral.

Con su muerte, a la que advino una feroz tiranía de plebeyos y reaccionarios capitalistas, Colombia ingresó o fue arrojada a la oscuridad del infierno por las brechas abiertas de la violencia oficial. Esa horripilante tarde de Abril Colombia perdió su camino y perdió históricamente el privilegio de haber guiado los destinos de Suramérica y sus revoluciones nacionalistas, inspiradas en la nuestra.

Pues el pensamiento de Gaitán distaba de los extremos ominosos de los imperialistas para definirse en un nacionalismo orgulloso y soberano integrado con las fuentes vivas del pueblo y la nación. Gaitán no buscaba la tierra prometida ni lejos ni fuera de Colombia. Todos sabemos que la tierra prometida es la tierra que amamos, la nuestra, la que cada día santificamos con el amor y la creación, la que también se llama Patria cuando somos dignos de ella: Esa de la que estamos desterrados hace ya largos años, en la que vivimos cautivos y muertos, a la que estamos atados por una cadena interminable de opresión, dolor, disolución y miseria.

Quiero añadir que Gaitán, en su fervor nacionalista, habría ajustado la nación a una síntesis creadora sin lo malo de los imperialismos, y con lo mejor de ellos integrado a la esencia del ser colombiano.

Todos los que en aquella época tenían derecho al uso de la esperanza —ya que el de la razón estaba custodiado por las armas— esperaban de Gaitán la conquista del Poder, que habría significado para Colombia la conquista de su Destino. Pero ese Destino fue abatido a la vez que su vida, en el umbral de poder.

¿Por qué dije antes que la muerte de Gaitán influyó en mi vida de una manera tremenda? Afirmo que la muerte de ese hombre es “responsable” de lo que soy yo. Pues ni en la vida de los hombres ni en la de los pueblos sucede nada por azar. Las fuerzas históricas son determinantes, son causas “racionales” a las que no puede escapar nuestro destino.

Si Gaitán no hubiera muerto, yo no sería hoy Gonzalo Arango. ¿Quién o qué sería? No lo sé. No juego a la nostalgia ni a la profecía. Pero sí tengo la certeza de que si Gaitán viviera, el Nadaísmo nunca habría existido en Colombia. Entonces, ¿dónde estaríamos y qué estaríamos haciendo los escritores nuevos? Es casi seguro que hoy estaríamos al lado de Gaitán, con Gaitán a la carga, defendiendo sus banderas revolucionarias. No hipotecando nuestro arte a la política ni al Poder, sino dignificándolo y haciéndolo libre en el aire puro de la vida y de la Revolución del pueblo. (No pueblo como masa amorfa y borracha, sino como conciencia de vida, amor solidario y pasión creadora de su propio destino histórico).

Hoy nos hace falta en Colombia para vivir y crear el aire jubiloso de la Revolución. Nos ahogamos en la podredumbre que hoy ahoga a Colombia; nos asfixiamos en su rara atmósfera de sacristía y de tumba; estamos secos en este desierto de la vida y del alma colombianas. Estamos estériles por falta de un verdadero amor a Colombia. Somos intelectuales amargos, beatos, derrotistas, indiferentes y sofisticados. Nos hemos vuelto inmunes a la alegría y al dolor de la Patria. Los escritores nuevos hemos desterrado esta palabra de nuestro lenguaje, sentimos vergüenza al evocarla o al mencionarla. Escribimos y vivimos en el exilio de la imaginación; exploradores estéticos de la nada y el vacío. hace muchos años que los artistas no nos acostamos con la Patria. Haría falta una verdadera posesión carnal con ella que revitalizara nuestro espíritu y lo hiciera florecer. Quiero decir un coito verdadero y espléndido. No basta el amor platónico ni la piedad. Tales amores conducen al onanismo y a la impotencia, a veces también al convento y al suicidio.

Lo que necesitamos es una verdadera revolcada física sobre la sufrida y bendita tierra de Colombia, bajo sus cielos azules y el sol que nos queme y dé sentido a nuestra vida y a nuestros tristes pensamientos abstractos de cloaca e invernadero.

Fuego que purifique con su vida y con su luz. No la que guía hoy los destinos de Colombia que parece la luz de un cirio de sacristía o de velorio, ésa no resplandece: chisporrotea, huele a sebo y amancebamiento del Poder con los poderosos del Templo.

Gaitán habría encendido otra llama en el Poder: ¡La de Prometeo! Porque no sólo era un gran caudillo sino un gran poeta. No porque hiciera versos sino porque su palabra era el fuego de la vida, de la creación, del amor y de la esperanza del hombre. Su ademán era una invitación al canto y a la alegría de vivir. Hoy 9 de Abril siento que nos hace falta el poeta Gaitán para cantar la belleza del mundo y el orgullo de tener una Patria nuestra, creada por nuestro amor y para nuestro amor.

Con él, los intelectuales no seríamos hoy esta plebe de sicópatas ambulatorios que no sabemos qué hacer con el poder de la palabra, como no sea degradarla en el desprecio, la calumnia, el derrotismo, el conformismo y la autodestrucción. Por eso erramos sin destino por el desierto de Colombia, oscilando entre la indiferencia y la nada: porque no hay ninguna fuerza viva que nos apasione, que seduzca nuestro espíritu a la acción militante, y nos libre de esta inercia oprimente que se parece a la muerte del alma.

Salgo a la calle. Tengo la ilusión de encontrar una fiesta de muchedumbres, de esas mismas que una vez deliraron con la magia profética de la Revolución gaitanista. Pero no hay fiesta en la ciudad. Todo lo que veo son fusiles, soldados, perros y caballos alimentados con el pan de los pobres y los perseguidos.

Veo también un pueblo muerto de miedo y hambre que se emborracha en las tabernas, que se envilece para recordar aquel 9 de Abril y para olvidar que hubo una vez —como en los cuentos fantásticos— en que pudo de verdad ¡SER UN PUEBLO!

Y veo por último tres coronas ajadas, las que cada aniversario deposita el pueblo sobre la tumba de sus ilusiones.

Porque Gaitán fue asesinado yo soy Nadaísta. Y mi protesta la dedico a su memoria, y a la promesa viva de su Revolución.

La Dictadura Fue Auto-Reelegida.

Ya lo habíamos dicho, y aquí lo volvemos a repetir: El gobierno de la Universidad Nacional de Colombia, el CSU (Consejo Superior Universitario) no es democrático, es una dictadura nombrada a dedo por el gobierno nacional, es decir, por Uribe y sus secuaces. Para la muestra un botón: la nefasta rectoría de Moisés (Wasserman) fue reeligida con la participación total de solo el 4% de la comunidad universitaria. Cualquier parecido con la realidad nacional NO es coincidencia. A continuación las consecuencias en palabras de los Simpsons.


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